jueves, enero 26, 2006

EXPEDIENTE Nº 35

Este lunes amaneció frío y nublado, y el viento, al tiempo que golpeaba fuerte en las ventanas de mi consulta, minaba los ánimos de los ciudadanos que se dirigían a sus quehaceres laborales diarios. Me encantan ese tipo de días, nublados, oscuros, fríos, introspectivos, días de borrasca, de chimenea, de carajillos en el café San Sebastián y de interminables volutas de humo de cigarrillo.

-¿No le gustan este tipo de días Fernando?-. Le dije a mi paciente mientras tomaba asiento en mi sillón negro de piel a la vez que cogía mi bloc de anotaciones y mi estilográfica.- ¿Son bonitos verdad?-.

-si, están bien-. Dijo él sin mucho entusiasmo.-Aunque no me gusta cuando llueve, no me gusta la lluvia-.

-Ajá, no le gusta la lluvia-asentí con un gesto de aprobación.-Bueno Fernando, que sepa usted que hoy vamos a realizar un ejercicio nuevo-. Dije cambiando de tema radicalmente.-El ejercicio consistirá en lo siguiente, yo le voy a decir una relación de palabras y usted me deberá decir lo que le sugieren, sin pensar, simplemente dígame lo primero que se le venga a la cabeza ¿de acuerdo?-.

-¿Y después me pondrá esos dibujitos de tinta china para decirle lo que veo en ellos como en las películas? ¿Eh?- preguntó con una gran excitación.

-No Fernando, no, solo palabras ¿de acuerdo?-afirmé bastante serio antes de que el ejercicio se me fuera de las manos por culpa de mi paciente antes de empezar.-Bien, empecemos pues, la primera palabra es ,que casualidad, “lluvia”, ¿qué le sugiere Fernando?.

-Mmm, pues…-empezó dubitativo. –No sé, ¿lluvia?-.

-Si Fernando, “lluvia”, no se demore tanto por favor, simplemente diga lo primero que se le pase por la cabeza.

-¡Mierda!-.Exclamó mientras fijaba su vista en mi cuaderno de notas.-¿cómo?-Le pregunté extrañado.-Sí doctor, ya le he dicho que no me gustaba la lluvia así que…-

-Entiendo-Carraspeé un poco y me incorporé en mi sillón. -Prosigamos-.

-“Negro”-.

-Stevie Wonder-.dijo él.

-“Paloma”-,

-Abuelo-.

-“Novio”-.
-Armando Manzanero-.

Proseguimos un buen rato más. Durante casi una hora Fernando Sarmiento estuvo contestando a todas las palabras sugeridas por mi ejercicio, y aunque la experiencia fue bastante positiva y conseguí formarme una idea más general y cercana a mi paciente que era lo que perseguía, observé que en ningún momento usó palabras o adjetivos que hicieran referencia a la felicidad ni al entusiasmo ni nada parecido, aún proponiéndole palabras como “infancia”, “juego” o “amistad”, ¿Acaso no había tenido este ser humano un momento de felicidad en toda su vida?. De ser así, espero que mi trabajo consiga cambiar eso para siempre.

Fº Javier Sánchez Muñoz

lunes, enero 02, 2006

Relato compartido.

¡Feliz año nuevo a todos!

Ya estamos en 2.006, y para celebrarlo continuamos el relato con una nueva aportación del sr. Kashmir. Poco a poco va tomando forma.

¡Ánimo y a escribir!


(Post original:)
Estamos en Navidad. Tiempo de frío, de felicitaciones, de mantecados, de cava y de excesos. Os proponemos la construcción entre todos de un relato. A continuación publicamos el comienzo. Está inacabado. Se trata de continuarlo por donde se haya quedado. De todos los que nos visitais depende su desarrollo y su final. Ánimo y a escribir.

Una cosa importante:

No hay límites de ningún tipo. Dejad la imaginación volar.

Para continuar el relato, simplemente escríbelo como un comentario a éste que ves. Lo iremos actualizando a medida que vayamos recibiendo los escritos.

Salud.


RELATO, PARTE 1.

Marta está tendida sobre la cama. Duerme, en apariencia, plácidamente. Pablo está sentado en el borde de la cama deshecha y la mira. Por entre las rendijas de la persiana a medio abrir, se cuela la luz de la ciudad que se supone dormida a esas horas. En la habitación los objetos que durante el día no pasan de ser sillones, cómodas, cortinas y alfombras, adquieren una extraña propiedad que los hace parecer distintos a lo que realmente son. En el sillón de la esquina, aquel que compraron por catálogo y que resultó ser más grande de lo que en un principio pensaron, la ropa de ella, dejada de cualquier modo sobre el respaldo, juega a construir formas caprichosas e irreproducibles. Sobre la mesita de noche color wengué, hay una fotografía de él enmarcada. Tiene el cristal rajado. La luz de neón, intermitente e insistente, que escupe el letrero del bar que hay junto a su portal, se adueña del colorido de la oscura habitación y se refleja en el cristal de la fotografía devolviéndole una imagen en la que no se reconoce. La coge delicadamente, para no hacer ruido, la mira desde varios ángulos y se da cuenta de que, probablemente, nunca ha mirado con detenimiento la fotografía. Tampoco la mesita de noche, ni la cómoda... Se para a pensar en las infinitas veces que miramos sin mirar, hablamos sin hablar, oimos sin oir, olemos sin oler. Cierra los ojos y prueba a ver, mentalmente, el cuerpo de Marta, a olerla sin acercarse, a oirla... Prueba fracasada, decide. Sólo es capaz de verla como si de una fotografía de carnet se tratase. De frente, de cuello para arriba, con los ojos abiertos y esa sonrisa estudiada que tantas veces le había cautivado. Prueba otra vez tratando de descubrir, con los ojos cerrados, si tiene alguna marca o señal en la espalda. Repasa las zonas que tantas veces ha recorrido con sus dedos, con sus labios, con su aliento. Esta vez cree estar seguro de no fallar. Se toma su tiempo y comienza a repasar los rincones y recovecos reales e imaginarios que va descubriendo. Puede sentir su suave piel, el fino vello que puebla el final de su espalda, es capaz, incluso, de medir la profundidad de los hoyuelos que delimitan su cintura. Se permite la licencia de recrearse en su cuello y es entonces, justo entonces, cuando aquel recuerdo que tenía encerrado en la caja de Pandora más pequeña y escondida de todas, sale a la luz. Él sabía que algún día tendría que afrontarlo, hacerle frente a pecho descubierto, sin filtros, deformaciones de la realidad y demás autoengaños más o menos consentidos. Pero no estaba preparado para que fuera aquella noche. No aquella noche. En ese momento quiere abrir los ojos y librarse de aquello que le hace sufrir. Es demasiado tarde y lo sabe. Las lágrimas comienzan a brotar sin control de sus ojos y la visión, ya de por sí limitada debido a la oscuridad, se hace casi imposible. Es un llanto silencioso, culpable, de tremendo sufrimiento acumulado durante años. Con toda nitidez, a pesar de la turbidez física instalada en sus ojos, Pablo se ve a sí mismo echando un puñado de sal en el cuello de Marta. Es invierno y pese a ello, ambos juegan desnudos sobre el kilim del salón. La música de Stooges les excita y sugiere divertidas fantasias. La botella de tequila está a medias y él llena un vaso hasta el borde. Con gestos felinos, a cuatro patas, se acerca hasta ella sonriendo con malicia fingida. Se inclina sobre su cuello y tarda una eternidad en acercarse y lamer la sal. Cuando lo hace, siente como ella se estremece, la mira sonriente y de un trago vacía el vaso de tequila. Le chorrea un poco por las comisuras de los labios y las gotas le van cayendo, desordenadas, por el cuerpo. Ella le enseña, a modo de ofrenda, la rodaja de limón que tiene escondida en la boca y se funden en un beso en el que la sal, el tequila y el limón explotan en sus bocas regalándoles todos sus matices.

PARTE 2.
(El Artista Madridista)

— ¿En que piensas? —Le dijo Marta mientras salía del túnel de sus pensamientos—. Pareces preocupado Pablo, vuelve a la cama.

Pablo se terminó de levantar sin hacerle mucho caso y se dirigió hacia el cuarto de baño, abrió el grifo del agua fría del lavabo , llenó sus manos y se refrescó la cara un par de veces así como tambien la nuca y la frente. En ese momento Marta entró por la puerta del aseo, estaba un poco despeinada e iba envuelta en una sabana.

— ¿Qué te pasa?, ¿te cuesta mucho responderme o qué? —Le inquirió—. A veces me resultas tan frio que...

— ¿Que qué, eh? —Se dió la vuelta un poco molesto y siguió increpandola— Estoy un poco harto de tu actitud, que si soy frio, que si hablar conmigo es como hablar con una pared...

— ¡Tranquilo!, a mi no hables así ¿vale?, ¿A que coño viene esto? —Le contestó Marta bastante ofendida mientras cogía su cepillo de dientes y lo untaba de dentrífico.

— ¿Sabes cual es la diferencia entre una persona como tú y otra como yo?, ¿eh? ¿lo sabes?, Pues te la voy a decir: Que odias el sufrimiento Marta,tanto, que no te importa herir a los demás para mitigar tu dolor aunque sólo sea un poco.

Ella lo miraba estupefacta mientras el dentrifico le chorreaba por la comisura de los labios, quería responderle pero él dijo algo que la dejó aún si cabe más con la boca abierta.

— Marta, he de contarte una cosa que llevo ocultando desde hace muchos años y que ya no puedo... no quiero callarlo por más tiempo.

PARTE 3.
(kashmir)


Pablo está temblando. Su cuerpo arde por la incontrolable circulación sanguínea que amenaza con desbordar sus venas y arterias. El pecho desnudo y enjuto se asemeja a una jaula vieja y dentro, su corazón late arrítmicamente impidiéndole respirar en algunos momentos al querer escapar de él por el cuello. Llevaba años alimentando aquel fantasma en su interior y ahora éste había aprovechado para robarle el timón enmudeciendo boca y cerebro.

Durante todo este tiempo había pensado en las consecuencias pero nunca se atrevió a planear cómo explicárselo a Marta. Jamás se arrepintió de ninguno de sus actos y ésta, no iba a ser la primera vez.

...Cuando surgió aquel viaje no imaginó en ningún momento lo que podría pasar y en un arranque de amor la invitó a acompañarle. Pero ella en aquellos momentos dudaba de una relación incipiente que le producía muchas dudas y prefirió no implicarse más.

Ya nada tenía sentido para él. Había pasado días soñando con largos paseos que acababan en el Ponte Vecchio y tardes en las terrazas de Montmartre rodeados de geranios discutiendo sobre femmes fatales del cinema italiano. Aquellos días soleados de mayo se convirtieron en una tormenta que cruzó Europa de este a oeste y que le sirvió de excusa para pasarlos encerrado en una sucesión de habitaciones sencillas y monocromáticas.

Desde entonces se arrepiente de lo que no hizo, de no haberle dicho que la necesitaba a su lado, que todo lo hacía por ella y que la seguridad que no le había dado a ella es la que le faltaba ahora para mirar de frente a la vida...

El trapo que aprieta en sus manos es un esbozo de la toalla que poco antes fue. Deja caer las últimas gotas de agua antes de rendirse y permitir ceder los hilos de su entramado hasta romperse. Marta ya no grita. Asustada mira a Pablo que poco a poco parece hundirse en la moqueta húmeda. Las farolas de la calle se han apagado y ahora los muebles parecen transformarse en tenues sombras luchando por salir de la oscuridad absorbiendo la poca luz del alba que se cuela por la persiana.