domingo, octubre 23, 2005

Siempre Bresson



A petición popular incluimos un nuevo motivo para las mentes creativas que nos visitan.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

EXPEDIENTE Nº 34
A los veinte minutos de la siguiente sesión con Fernando S. no pude evitar recordar las palabras con las que el catedrático Satústegui nos obsequiaba en sus seminarios de diagnostico psicopatológico:
-¡La locura nunca tiene un maestro caballeros!-afirmaba muy severamente, y me hacía sonreir el hecho de que una persona que sabía identificar mas de cincuenta patologías conductuales diferentes empleara la palabra “locura” tan burdamente, como queriendo aglutinar en una sola definición el infierno mental al que se ven sometidos aquellos que son victimas y verdugos de su propia consciencia enferma. Y digo que se me vinieron a la memoria aquellas palabras porque, si bien esta claro que no se puede culpar del todo a nadie de los problemas mentales de un ser humano, sí es cierto que hay sujetos que pueden contribuir bastante. Este era el caso del abuelo de mi paciente Fernando, que en el momento que empezó a hablarme de sus recuerdos de niñez me arrepentí de haberme tomado aquel último bombay zaphir la noche anterior con Mónica.
-Pues verá doctor-.Empezó a hablar.-Mi abuelo era un…., bueno, como le diría, mmm, estaba…-. En ese momento intervine por primera vez en aquella sesión.
-A ver, déjeme adivinar, ¿loco?, ¿majareta?-. Le respondí intentando ser lo mas sarcástico posible para que apreciara su error.- Fernando, ya le he dicho que es fundamental que no identifique a los demás ni se defina usted mismo con ese tipo de etiquetas dañinas que lo único que…-Me cortó en seco alegando lo siguiente:
-Mi abuelo tenía dos pasiones que constituían el centro de su propio universo y a las que les dedicaba todo el tiempo del que disponía: una era su madre, otra la colombofilia; Se podía pasar el día entero en el palomar sentado en su vieja silla, estudiándolas, catalogándolas o simplemente observándolas.- Hizo una pausa mientras extraía de uno de sus bolsillos de su impoluta camisa de cuadros planchada a la raya una fotografía que me acerco a la cara lo suficientemente cerca para poder verla sin tener que levantarme de mi asiento.-Incluso alguna vez lo sorprendí hablando con ellas como quien habla con un amigo íntimo de toda la vida.-Me dijo.
La fotografía, que era algo antigua y en blanco y negro, mostraba a un anciano dentro de una estancia rodeado de palomas y totalmente absorto en la contemplación de una de ellas.-Su abuelo , ¿no es así?- Me quise cerciorar.
-¡Exacto!, como le decía, mi abuelo aparte de las palomas le tenía “sorbido el seso” el cuidado de su madre, mi bisabuela, a la que el veneraba con una devoción casi religiosa-Guardó de nuevo la fotografía en su bolsillo y se sentó erguidamente apoyando la totalidad de su espalda contra el respaldo de la silla.
-¿La recuerda usted? Le inquirí. –A su bisabuela quiero decir-.
-¡OH! ya lo creo, recuerdo el día que con nueve o diez años subí a buscar a mi abuelo al palomar para darle…, no recuerdo ahora…, no sé, un recado de mi madre imagino y al abrir la puerta me encontré a mi bisabuela tumbada sobre su propia cama de la alcoba que mi abuelo debió haber subido allí y sobre ella decenas de palomas revoloteando a su alrededor picoteándola por todo el cuerpo-.Sobra decir que me quedé boquiabierto ante tal narración de mi interlocutor y paciente y aún tardé unos segundos en reaccionar y preguntar con cierto interés morboso.
-¿Y su abuelo? ¿Dónde estaba?-Estaba totalmente seguro de lo que me iba a decir, pero una vez que conoces a Fernando Sarmiento te das cuenta de que no puedes esperar un final feliz para cualquiera de sus historias y desde luego está no iba a ser una excepción.
-Mi abuelo, que estaba escondido detrás de su silla-. Empezó a decir. -Cerró de un golpe la puerta, tenía la cara desencajada y hablaba como un lo.., perdón, como un enfermo, me agarró por el brazo y me dijo casi gritando: ¡Bienvenido a las regiones ocultas del alma muchacho, ya no hay marcha atrás!.-Dos días después llevaron a mi bisabuela al cementerio y a mi abuelo a un manicomio (sí, manicomio, no tiene otro nombre por más que los politicastros quieran limpiarle la cara a la sucia realidad); no opuso resistencia la mañana de verano que aparecieron por su casa dos hombres vestidos totalmente de blanco para llevárselo, lo único que pidió era que por favor le dejaran llevarse a una de sus palomas allí donde lo llevaran.-
Y así fue como concluyó la narración de mi más extraño paciente, por supuesto el resto de la sesión continuó como siempre, tests, reviso de registros negativos, relajación fisica,… pero fue el hecho de que me contara aquella historia sin venir a cuento, simplemente porque tenía ganas de hablar de aquello, de lo que representó aquel hombre en su vida lo que me dio que pensar si la enfermedad nace de las mas profundas raíces de nuestra psique, como una semilla que permanece oculta y olvidada en un rincón del alma hasta que empieza a germinar (Dios sabrá porqué) o si por el contrario se hace, fruto del brusco contacto con el resto de seres humanos que se devoran en una guerra de hipocresías antinaturales.
En definitiva, ¿El “loco” nace o se hace? Espero encontrar la respuesta algún día.

11:54 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Mi querido amigo:

He recibido tu carta en la que me expones la preocupacion que te causa mi "aparente enajenación mental" (entrecomillado cito tus palabras), debido a lo que consideras una afición "desmedida" y una "convivencia insana" con las palomas. Dices que me llaman "el viejo que vive con palomas" y que eso no te parece bien, instándome a deshacerme de ellas si quiero ser "un hombre respetado". El viejo y las palomas. Las palomas y el viejo. ¿Quiénes son ellos, quién tú, para juzgarne? ¿para llamarme viejo? ¿loco? Ellas no lo hacen. Ellas me adoran, comen en mi mano sin morderla y tienen las suficientes luces como para no molestar cuando se supone que no hay que molestar. Todavía me dan arcadas cuando pienso en quienes las tratan como ratas aladas. Dicen que fornican sin parar, que no se pueden controlar y que se alimentan de la mugre de la ciudad, de los restos que dejamos los que nos llamamos a nosotros mismos "civilizados". Me río de eso. Me río de una civilización que es más civilizada cuanto más basura genera y es capaz, además con extrema maldad, de llamar de manera despectiva a quienes se alimentan de ella, a los comedores de bigmacs a medio terminar, a los gourmets de raspas y cabezas de besugo terminal, de yoplaits caducados y filetes fermentados... Me vuelvo a reir, esta vez a carcajadas, de una civilización uniforme y gris por sistema, en la que cualquier intento de originalidad o de pensamiento (en cuanto a capacidad de pensar y formar un conjunto de IDEAS PROPIAS) es sospechoso, malicioso, condenado a la exclusión social y a la marginalidad eterna. Me parto el culo (y perdona la expresión) cuando pienso en que esa misma gente que abomina de los excluidos, de los locos, de las palomas, irá a la iglesia el día de pentecostés, llevará sus mejores trajes y peinados, sus mejores joyas, se olvidará tras la confesión de su puta de lujo, de los despedidos sin indemnizar, de las estafas a hacienda y con las más mística de sus caras —la misma que ensayan cuando llegan tarde a casa oliendo a perfume y a sexo culpable— asistirán impávidos y recibirán la gracia del espíritu santo en forma de paloma. ¿No es para partirse el culo? Yo, por mi parte, aun estoy intentando que me acepten entre ellas...

Por lo demás, recibe un fuerte abrazo de este viejo loco que vive con las palomas.

11:41 p. m.  

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